Bitcoin y el miedo de los bancos centrales

Las criptomonedas, en especial la primera y todavía más destacada, el Bitcoin (BTC), han alcanzado un nivel de popularidad tal que quienes primero las ignoraron y desdeñaron ya no pueden seguirlo haciendo, les guste o no.
Entre los que más detestan al Bitcoin se encuentran, como uno habría de esperar, los banqueros centrales. Y no es para menos. Las divisas electrónicas surgieron como un proyecto monetario privado, con la explícita intención de convertirse en una alternativa real al corrupto y monopólico sistema monetario actual.
Tener dinero fiduciario manipulado por una autoridad central no es ‘lo normal’, como tampoco es normal que un cuerpo, por muy crónico que sea su padecimiento, se encuentre enfermo. De lo que se trata, pues, no es de acostumbrarse a vivir en la enfermedad, sino de buscar la manera de sanar. La salud física es tan importante para el ser humano como la salud monetaria lo es para el buen desarrollo y crecimiento de la sociedad.




En este sentido, la enfermedad la constituye una forma de dinero que por sus propias características es usado y abusado por los gobiernos, en beneficio de los intereses de los políticos, pero en perjuicio de la población.
Bitcoin no es el oro, y no tiene su historia, pero es un producto monetario, un invento tecnológico inspirado en el metal precioso y que está siendo probado por millones de personas. Éstas y sólo éstas decidirán con el tiempo si logra convertirse en dinero utilizado en su día a día, y justo por ello, pero es deber de las autoridades respetar el derecho de la gente a usar lo que prefiera como dinero.
Si el Bitcoin triunfa o fracasa debe ser porque el público lo aceptó o rechazó en libertad, y no porque un grupo de burócratas desde un escritorio decida por nosotros lo que podemos usar o no como intermediario en nuestros intercambios comerciales.
A juzgar por las declaraciones de varios de ellos, hay división entre los titulares de las distintas autoridades monetarias del mundo, que están más o menos abiertas a aceptar la competencia monetaria del BTC y otras criptomonedas.
Por ejemplo, el lunes pasado el presidente del Banco Central Europeo, Mario Draghi, dijo que el trabajo de la institución no es regular ni prohibir al Bitcoin, y advirtió de los riesgos asociados a esta criptodivisa, como su extrema y bien conocida volatilidad de precios.
Esta posición es, sin duda, mucho más mesurada que la del gerente general del Banco de Pagos Internacionales (BIS, por sus siglas en inglés), Agustín Carstens, quien la semana anterior dijo que había un “caso fuerte” para que las autoridades intervengan en las criptomonedas. Las advierte como una amenaza sistémica al poder que como banqueros centrales ejercen.
Ésa no ha sido la primera vez que Carstens se pronuncia contra el Bitcoin, pues el año pasado descartó reconocerlo en México como moneda virtual, por no contar con el ‘respaldo’ de un banco central, ni de una nación que cobre impuestos.
Aunque Carstens no lo diga abiertamente, su posición a favor de restringir las criptomonedas es más cercana a la prohibición que hacia la regulación, que es el camino que deberíamos seguir.
En nuestro país, la Ley Fintech, que legalizaría al Bitcoin, ya fue aprobada por el Senado de la República en diciembre pasado, pero está por verse si logra pasar la ‘aduana’ de la Cámara de Diputados durante el actual periodo ordinario de sesiones.
Esperemos que sí, porque –como ya decíamos– la competencia entre diferentes formas de dinero es la que hará que libremente se vayan prefiriendo las mejores monedas sobre las peores, como en cualquier otro mercado.
El resultado sólo puede ser benéfico para la población, pues un dinero de mayor calidad protegerá de mejor manera su poder adquisitivo. ¿Quién puede estar en contra de que los inversores, en su mejor interés, prefieran una moneda sobre otra?
El camino correcto, entonces, es el de la regulación, y NO el de la prohibición, pues reglas claras permitirán evitar o castigar fraudes, y operaciones ilícitas con criptodivisas.
Así que más vale adaptarnos a nuevas tecnologías como la ‘cadena de bloques’, en la que se basa el Bitcoin, y aprovechar sus ventajas, que permitirán, entre otras cosas, disparar la inclusión financiera que tanta falta nos hace.
No olvidemos que hay más personas con un teléfono celular inteligente y acceso a internet que con cuenta bancaria; ello, sin contar que el comercio electrónico seguirá expandiéndose a pasos agigantados.
Si los banqueros centrales temen que una tecnología disruptiva como las criptomonedas afecte sus intereses, ¿qué mejor señal necesitamos de que ese camino debemos seguir?
Mayor poder para los individuos y menos poder a los gobiernos e instituciones estatales debe ser nuestra prioridad en todo momento.
Lo invito a revisar el análisis técnico de Allan Ramírez en este número, pues más allá de si ya terminó o no la actual corrección (baja) mayor de las ‘criptos’ hay atractivas oportunidades de ganancia que, como suscriptor, sería un pecado perderse.
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