EL ASESINATO DE LA ESPAÑOLA EN TAMAULIPAS

Las características del secuestro y asesinato de la española Pilar Garrido, en Tamaulipas, nos debe alertar de un grave y peligroso fenómeno social: el posible surgimiento de criminales aprendices.
El hecho de que no haya habido petición de rescate y la hayan asesinado sin explicación, podría ayudarnos a suponer que quienes la secuestraron, ni tenían estructura criminal para operar y administrar un secuestro, ni experiencia.
El hecho de que fuese ama de casa, extranjera y con muy poco tiempo viviendo en Tamaulipas, elimina la posibilidad de que hayan existido otros móviles como para que tuviese enemigos peligrosos interesados en eliminarla.
Echando a volar la imaginación, porque ya han sucedido casos de jovencitos que secuestran a un amigo, compañero de la escuela o familiar, para hacerse de dinero fácil, este tipo de casos muchas veces responden a la improvisación.

Cundo alguien cree que puede perpetrar un secuestro y hacerse rápido de mucho dinero, pero no tiene experiencia ni un equipo especializado en cada uno de los roles que asumen los miembros de una banda, sucede que cuando tienen a la víctima no saben cómo operar el rescate, se asustan cuando el caso se vuelve mediático, como sucedió con la española y deciden acabar con la pesadilla que ellos mismos crearon. Es cuando deciden matar a la víctima.
Si un secuestro a manos de profesionales debe ser una aterradora experiencia, caer en manos de novatos improvisados, indecisos y temerosos, debe ser peor por la inestabilidad de sus decisiones.
El alto porcentaje de impunidad en que quedan los delitos, o sea, que los delincuentes no logran ser apresados, mas la idealización del estilo de vida de éstos, quienes son presentados en las narco-series y películas como ricos, poderosos, mujeriegos y hasta famosos, capaces de comprar protección de los policías, estimula el rápido crecimiento de este fenómeno social, donde el delito se viste de frivolidad y glamour ante los adolescentes. Delinquir llega a parecer una simple travesura de la cual no habrá consecuencias graves.
Seguramente el delito del “guachicoleo” empezó de manera simple, con familias que llegaban a un ducto con fugas y derrames a llenar sus cubetas para venderlas a quien se las quisiera comprar. De este modo esta acción no parecía un delito. Simplemente tomaban lo que se estaba desperdiciando. Sin embargo, de ahí a provocar derrames abriendo ductos de modo improvisado posiblemente con la ayuda de un mecánico que vivía en la comunidad, sólo fue un paso.
Hoy ese fenómeno, del robo de combustible que parece no tener dueño, porque simplemente pasa por un tubo en medio del campo, ha crecido y se ha profesionalizado, pero en esas comunidades sigue considerándose una actividad que no daña a nadie y por tanto, no debe ser castigada.
Cuando los noticieros de televisión nos han mostrado operativos militares en contra del robo de combustible, descubrimos que es la gente del pueblo la que sale a defender a los guachicoleros y reclama a los soldados “por qué no los dejan trabajar”.
Robar el combustible no lo perciben como delito, sino como una actividad cotidiana carente de significados delincuenciales.
Mientras sigamos haciendo apología del delito con las narco-series y convirtamos a la actividad delictiva en un estilo de vida aspiracional, aunado esto a la impunidad y la reducción de penas, veremos un incremento de estos delitos que concluyen de manera fatal.
El combate a la delincuencia debe tener como apoyo estrategias de comunicación de fuerte impacto social, para sensibilizar a la población de la gravedad de los delitos y de sus funestas consecuencias.
El reto no consiste en crear campañas con mensajes creativos transmitidos por televisión, sino estrategias diseñadas por profesionales con experiencia en el tratamiento de la conducta humana, como son sicólogos, sociólogos y antropólogos, por citar algunos perfiles.
El problema es muy grave, porque el contexto social de hoy está estimulando el surgimiento de delincuentes improvisados que empiezan a delinquir por su propia cuenta, apoyados por amigos. Además, también facilita el reclutamiento de aprendices que se integran a las grandes organizaciones delictivas.
Por su juventud, carencia de valores e inmadurez emocional, son proclives a la violencia innecesaria y terminan matando gente sintiendo un placer sádico en hacerlo.
La violencia de hoy no es un simple asunto policial que se resuelve con balas, sino un problema social donde todos estamos involucrados.