EL NUEVO LENGUAJE DE LA POLÍTICA

Es evidente que el tema de la corrupción y la impunidad será el eje de la competencia entre los candidatos a la presidencia de la república. Saldrá victorioso aquel que logre convencer al electorado de que combatirá este grave problema con autoridad moral para hacerlo con efectividad.
Sin embargo ante un país desconfiado, que ha sido testigo de un doble discurso político, pues mientras se declara públicamente la guerra a la corrupción, los funcionarios públicos continúan practicando este viejo sistema, con lo cual queda en evidencia que una cosa son las intenciones y otra las acciones, pues la corrupción sigue siendo el eje de la negociación cotidiana.
Como anécdota histórica conviene recordar que en un intento de minimizar este flagelo sociopolítico que estaba manchando la imagen de su gobierno, hace mas o menos cuarenta años, el presidente José López Portillo declaró la polémica frase que explicaba que “la corrupción era el lubricante de la política”.
Esta declaración se daba en el contexto del auge petrolero, en el cual el mismo López Portillo manifestó que el reto de México iba a ser aprender a administrar loa abundancia.
Años después, durante la presente administración, en el intento por distribuir la responsabilidad de la corrupción entre la ciudadanía, el presidente Peña Nieto declaró que la “corrupción es un asunto cultural”.
Por lo anterior los mexicanos le hemos perdido respeto a las palabras, como eje de los compromisos.
Hoy que las palabras carecen de valor, la conducta cotidiana termina siendo lo único creíble. Las acciones sustituyen a las palabras como medio de comunicación porque proyectan significados de gran fuerza emocional.




Querámoslo o no, lo que hoy sustenta que Andrés Manuel encabece las preferencias electorales rumbo a la presidencia de la república, es que ha habido congruencia en él. De forma reiterada lleva más de doce años criticando a la “mafia en el poder” por su debilidad ante la corrupción y la impunidad que ha exhibido nuestro sistema político. Casos ofensivos de gran simbolismo por un manejo cínico del presupuesto público, como lo hemos visto a lo largo de estos últimos años.
Sin embargo, para tener la autoridad moral para señalar a otros, vinculados a casos de corrupción, él ha sido capaz de llevar una vida cotidiana y personal alejada de la ostentación y los lujos, caracterizada por una fuerte disciplina.
Podemos cuestionar que de modo obsesivo se aferre al poder y en función del objetivo de llegar a la presidencia de la república en su tercer intento, llegue a plantear ideas que para un segmento de la población con liderazgo de opinión, parecen absurdas, como la amnistía y perdón para el crimen organizado.
Sin embargo, su vida espartana y discreta día tras día, pudiera convertirse hoy en un gran capital político. Para deslindarse de la corrupción cínica y descarada y presentarse como el superhéroe que puede doblegar y vencer a la corrupción, para así reivindicar a la gente esforzada y trabajadora de este país, metiendo a la cárcel a todos los corruptos, tuvo que llevar una vida sencilla.
AMLO ha sabido construir una imagen personal limpia y sólida, creando estereotipos como aquel referente a su auto Tsuru, conducido por su chofer Nico, lo cual contrasta con la parafernalia usual de los funcionarios públicos, que se movilizan por las ciudades en camionetas de lujo y seguidos por un séquito de guaruras que desquician el tráfico con prepotencia.
También logró crear una leyenda alrededor del departamento modesto en el cual vivía mientras gobernó la Ciudad de México.
Han pasado muchos años sin que se le puedan acreditar en lo personal casos de corrupción y ha sido lo suficientemente hábil para deslindarse de actos deshonestos de sus colaboradores, como el escándalo de la diputada Eva Cadena, videograbada recibiendo dinero para su campaña por parte de un generoso donador, o el clásico caso denominado “el señor de las ligas”, personificado por quien en su momento era un cercano colaborador, René Bejarano.
Vivir de modo disciplinado una vida discreta hoy se coinvierte en su mayor fortaleza competitiva frente a sus rivales políticos, en busca de la presidencia de la república.
La próxima campaña presidencial del 2018 estará marcada por la incredulidad ciudadana y el rechazo a las promesas de campaña que no estén sustentadas en la trayectoria del candidato.
Los políticos parecen olvidar una verdad evidente: “la credibilidad de un mensaje depende de la credibilidad del emisor”. Por tanto, la credibilidad de las promesas de campaña dependerá de la credibilidad de cada candidato.
Para tener credibilidad, hoy los políticos deben remontar el lenguaje de las palabras y aprender a comunicarse con los ciudadanos a través de los mensajes que se derivan del significado de sus acciones.
¿Usted como lo vé?
@homsricardo
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