La guerra de aranceles

Pues como ya se sabe, Estados Unidos impuso aranceles a las importaciones de acero y aluminio de Canadá, la Unión Europea y México. La Secretaría de Economía ha reiterado su postura en contra de estas medidas proteccionistas, que afectan el comercio internacional. Sin embargo, también anunció que México impondrá medidas equivalentes de represalia contra 200 productos como aceros planos, lámparas, piernas y paletas de puerco, embutidos, whiskey, manzanas, quesos, entre otros, hasta por un monto equiparable al nivel de la afectación.
Aunque la reacción natural es que nos desquitemos de los impuestos de Trump a nuestras exportaciones, una óptica más objetiva nos permite ver que esa respuesta visceral no es la mejor. Y es que cuando hay una ‘guerra comercial’, que es como se le conoce a esta carrera por imponerse aranceles mutuamente, los que quedan en medio (y los más afectados) somos los consumidores de ambos países, que sin deberla ni temerla tenemos que pagar un sobreprecio por lo que importemos.
Quien se queda con ese impuesto es el fisco, razón por la cual los gobiernos no tienen prisa alguna por quitarlos.




Hay quien dice que esto sirve para impulsar a las empresas instaladas en el país, pero, para empezar, no siempre se produce aquí todo ni en cantidades suficientes, por lo que si esa caída en la oferta no se compensa, es de esperar que los precios suban, algo que a nadie le gusta, y menos cuando lo que queremos es que la inflación siga a la baja.
Además, y esto es lo más importante, las autoridades de todos los países deben ser las primeras en respetar el derecho que tenemos los consumidores, personas y empresas, de comprar lo que queramos, cuando queramos, en las cantidades que necesitemos y con el proveedor de nuestra preferencia, sin importar que sea nacional o extranjero.
Entonces, ¿cuál sería la mejor forma de contestarle a Trump? Dando de manera focalizada beneficios fiscales, económicos y de apoyo en la búsqueda de nuevos mercados y clientes, a las empresas afectadas por los aranceles.
De igual forma, no sólo no imponer gravámenes, sino reducir los que ya se tengan a la importación desde otras latitudes sobre todo tipo de productos, para que aumente la oferta de bienes en el país, y así la competencia contribuya a tener precios más bajos, no más altos.
Para el libre comercio auténtico no se necesitan tratados, sino voluntad de eliminar barreras. La alternativa de la guerra comercial es un juego de perder-perder, y por eso deberíamos evitarla.
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