MÉXICO EL PAÍS DE LAS VENTANAS ROTAS

margarito
Ricardo Homs

Estamos viviendo una grave crisis social. Los delitos se han disparado en formas inauditas y extrañas, donde no sólo vemos que los policías entregan a sus víctimas a la delincuencia organizada para ser asesinados mientras los alcaldes y gobernadores a cargo de ellos se muestran sorprendidos de que sus subordinados sean capaces de tal atrocidad. Vemos que la tortura se ha vuelto más salvaje para fabricar culpables, mientras con cinismo nuestro gobierno lo niega ante organismos internacionales del más alto nivel y la corrupción se vuelve más voraz que nunca.
De lo anterior se queja la ciudadanía. Sin embargo los delitos que están cometiendo jóvenes que no forman parte de la delincuencia organizada, -como son los abusos sexuales, el bullyng y la corrupción que se ejerce en todos los ámbitos de la vida cotidiana en nuestro país-, nos hablan de un grave deterioro moral que lleva al ciudadano común a verse a sí mismo como víctima, pero nunca reconocerse como parte del problema, pues cada vez que cometemos una falta moral, esta repercute negativamente en la sociedad.
Es oportuno traer como referencia de cómo se crea el caos delictivo, un estudio clásico del tema.
En 1969 la Universidad de Stanford, USA , realizó un experimento de conducta ciudadana dirigido por el doctor en psicología social, Phillip Zimbardo, con resultados sorprendentes.
Su equipo abandonó un auto en el barrio bravo y peligroso del Bronx, en Nueva York. El auto estaba completo.
Al mismo tiempo dejaron otro en la comunidad Palo Alto, en el estado de California, USA, un lugar de alto poder económico, donde residía gente muy educada.
En unas cuantas horas el auto dejado en el Bronx empezó a ser desvalijado por los vecinos. Robaron las llantas y espejos laterales. Rompieron los cristales para sacar todos los aditamentos y todo aquello que tuviese valor de reventa. Pronto quedó inservible.
La conclusión lógica fue que la pobreza de los vecinos estimulaba la delincuencia. Mientras tanto el auto abandonado en California, durante una semana permaneció intacto, por lo que quienes realizaban el estudio intencionalmente le rompieron una ventana, -como si hubiese sido víctima de robo-, y esperaron para ver la reacción de la gente ante esta nueva circunstancia.
En pocas horas también empezó a ser desvalijado igual que en el Bronx, pero por gente que no necesitaba robar para sobrevivir, sino que aprovechó la oportunidad.
La conclusión del Dr. Zimbardo fue que mientras no se rompe el orden, la gente respeta y cuida el entorno. Se comporta de acuerdo con las reglas y normas sociales de civilidad. Sin embargo, cuando este orden se rompe y no hay consecuencias, la gente, -independientemente de su nivel social, económico y educativo-, se relaja y olvida las normas morales y empieza a tener conductas indebidas que pueden llevar al caos. El mal ejemplo contamina a los demás y se estimula si no hay consecuencias legales.
Años después los doctores Wilson y Kelling continuaron estos estudios para conocer este fenómeno en el ámbito de la delincuencia.
Lo común es pensar que quienes están mal son los otros, nunca nosotros. Nuestro grave problema es que sólo vemos esta problemática desde una perspectiva superficial, sin reconocer que los graves delitos son el resultado de pequeños incidentes moralmente cuestionables y reprobables, con los cuales, -desde la óptica social-, nosotros ponemos nuestro granito de arena, ya que sumados nuestros propios actos y omisiones a los de que realizan los demás, creamos un contexto de caos, falta de orden, injusticia e impunidad que deriva en graves delitos como agresiones sexuales, abusos físicos, robos a mano armada, asesinatos e incluso delincuencia organizada.
Los grandes delincuentes han forjado su carrera delictiva alimentando su convicción de que vivimos en un país donde no hay respeto por la justicia, -pues las autoridades se compran-, que hay impunidad y a final de cuentas quienes les rodean son corruptos, egoístas, ventajosos y por tanto quitarles dinero, propiedades, -e incluso ejercer violencia para que entreguen parte de su capital-, se lo merecen. De ahí nacen el robo con violencia, extorsión y secuestro.
Reconozcamos que en los estadios de futbol, -cuando sobreviene el caos derivado de la rivalidad-, hasta la gente educada y pacífica se vuelve agresiva y empieza con insultos y puede llegar a los golpes.
Cuando se pierde el orden, sobreviene el caos y con ello la violencia.
Nosotros en México tenemos un ejemplo claro y contundente de cómo nuestro ejemplo impacta a los demás. Durante la noche cuando llegamos en nuestro auto a un semáforo, si el primero que está frente a la luz roja se pasa la indicación de “alto”, todos los demás le siguen sin respetar la indicación vial.
En contraste, si quien está al frente se detiene, entonces los que van llegando respetan el semáforo, como si fuesen impactados por el buen ejemplo. Sin embargo, si alguien decide pasarse el “alto”, lo más probable es que los demás le sigan. El mal ejemplo es muy seductor, pero el buen ejemplo también impacta.
El grave problema que hoy estamos viviendo en México es que cada uno de nosotros no reconoce que somos parte del problema y nuestra conducta sumada a la de los demás desquicia el orden y las buenas costumbres.
Si los delitos sexuales no se castigan con todo rigor jurídico, entonces parecen parte de la diversión igual que el bullyng. Sin embargo, los delitos sexuales tienen estrecha relación con el descuido de los padres en la educación de los hijos. Desentenderse de ellos y limitarse a convertirse en proveedores generosos de todo lo que quieran, es muy cómodo. Sin embargo, la base de la educación es el ejemplo en casa e imponer la disciplina cuando los hijos actúan irresponsablemente. Eso se ha perdido en el mundo de hoy, donde la idea falsa de la libertad cae en el libertinaje.
Y ya que hablamos del ejemplo, éste debe ser cotidiano. Cuando los padres si son comerciantes practican el kilo de 900 gramos, si son médicos y abusan del cobro a sus pacientes o si trabajan en el sector salud actúan irresponsablemente, si son empresarios no pagan salarios justos y dignos a sus trabajadores, o si acosan a sus empleadas. Si compran ropa, software o películas pirata, o si se acostumbra poner diablitos en casa para no pagar energía eléctrica, entonces perdemos autoridad moral.
¿Por qué no nos comprometemos a cambiar nuestro entorno para motivar a los demás a hacer lo mismo y así erradicar la violencia, los delitos y la corrupción?. Esto parece ingenuo e idealista, pero no lo es. Los grandes cambios políticos y sociales de la humanidad al inicio parecían utopías.
¿Por qué los mexicanos cuando entramos a Estados Unidos o a Europa nos volvemos ordenados y respetuosos de las normas, reglas y las leyes de esos países?. Y en contraste los ciudadanos de esos países cuando llegan a México al poco tiempo empiezan a actuar con una moral incorrecta e inaceptable en sus países de origen. Quiere decir que el medio circundante influye en nuestros valores y luego en nuestra conducta. Por tanto, nuestro ejemplo actuando correctamente puede influir positivamente en quienes nos rodean.
Seguramente podemos empezar a cambiar México si lo hacemos dentro de nuestra familia, dando a nuestros hijos buenos ejemplos y nos preocupamos por estar cerca de ellos para evitar que cometan errores que lamentar.
Si nos decidimos, los mexicanos podemos cambiar este país sin esperar a que el gobierno lo haga.
¿Realmente queremos que México cambie?.
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