NARCOTRÁFICO (2 de 5)

PESOS Y CONTRAPESOS

En junio de 1971, Richard Nixon, presidente de Estados Unidos, inició la guerra contra las drogas, por considerar que “la adicción a las drogas es el enemigo público número uno de Estados Unidos”, a la cual se sumó México, guerra que ha sido un fracaso (la drogadicción continúa) contraproducente (se crearon problemas más graves).
Mucho debe decirse de la afirmación de Nixon en el sentido de que la adicción a las drogas es “el enemigo público número uno”, debiendo preguntarnos si los adictos a las drogas pueden ser, como tales, como drogadictos, el enemigo público número uno de un país, sobre todo si por tal entendemos un delincuente fuera de serie, como lo fueron gánsteres de la talla de Al Capone, John Dillinger, Bugsy Siegel o Lucky Luciano.




Para responder recordemos la distinción que hizo Lysander Spooner al afirmar que los vicios no son crímenes, por lo que los viciosos, como tales, no son criminales. Tampoco lo son, como tales, los traficantes de narcóticos, los narcotraficantes, ya que ni producir, ni ofrecer, ni vender drogas son actividades delictivas por su propia naturaleza, razón por la cual no deben prohibirse y castigarse. Desafortunadamente se han prohibido y se han castigado, puede ser que con las mejores intenciones (terminar con la drogadicción), pero con los peores resultados (toda la dimensión delictiva del narcotráfico, que no son la producción, oferta y venta de drogas, sino las extorsiones, secuestros, torturas asesinatos, consecuencia de la prohibición).
Una posible explicación de la guerra contra las drogas puede ser la intención de los gobiernos de, además de ser gobiernos, ser ángeles de la guarda y, como tales, preservarnos de todos los males, comenzando por los que podemos hacernos a nosotros mismos, tal y como sucede con el consumo de drogas, momento de preguntar si tal prohibición, que abarca desde la producción hasta el consumo de drogas, es legítima tarea del gobierno.




Si aceptamos (¿habrá quien no lo haga?) que la legítima tarea del gobierno, aquella a la cual no puede renunciar sin dejar de serlo, es prohibir la violación de derechos y castigar a quien los viole, entonces debemos aceptar que, si el gobierno no ha de hacer aquello que prohíbe a los demás, violar derechos, no debe prohibir ni la producción, ni la oferta, ni la venta; ni la demanda, ni la compra, ni el consumo de drogas, prohibición que viola la libertad individual para dedicarse a tales actividad que, siendo éticamente cuestionables, no son delictivas por su propia naturaleza, razón por la cual no deben ni prohibirse ni castigarse. ¿Qué derechos violan quienes se dedican a producir, ofrecer y vender, demandar, comprar y consumir drogas? Ninguno. Luego no deben prohibirse.
Continuará.
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