Neoportillismo

Hay un susurro recorriendo la elección; una voz que se ha convertido en eco tras la aún fresca memoria del debate que nos obliga a la remembranza de esos lejanos ayeres, allá, cuando un perro cuidaba del peso.
Hay, a su vez, un proyecto que sueña con prósperos futuros pese a evocar pasados adversos ahora tomados como el parámetro de lo que pronto ha de hacerse y no como un manual de lo que jamás debe imitarse.
Desde el principio de la campaña, incluso desde mucho antes, el “Portillismo” había reencarnado, para muchos, en el proyecto de nación de ya saben quién.
¿Qué tan cierto es eso? ¿Qué tantas similitudes hay entre el pasado fallido y las promesas del futuro próspero? Desgraciadamente muchas, demasiadas.
No creo que llegados a este punto sea necesario el hacer mayores precisiones que las pertinentes a explicarse pues remarcar similitudes en culto o personalidad, no va a ahondar en el verdadero fondo de esta futura discusión.
Así, la similitud más importante y destacada, que incluso podría en cierto punto homologar los proyectos de ambos personajes, es, sin duda, la fuerte dependencia hacia un solo ingreso económico, es decir, la falta de una planeación financiera responsable capaz de abarcar más de un solo escenario mágicamente favorable en toda coyuntura.




Para López Portillo, la momentánea coyuntura de los mercados petroleros le permitió financiar programas y proyectos encaminados a “recuperar” la soberanía alimentaria (El Sistema Alimentario Mexicano), reactivar la economía del país (Alianza Popular, Nacional y Democrática para la Producción) y consolidar el “crecimiento sostenido” que se esperaba tener (Plan Global de desarrollo) mediante ambiciosas entregas de subsidios indiscriminados, todos ellos nacidos de la renta petrolera y su importante auge, por ejemplo, en el caso del Sistema Alimentario Mexicano, la premisa era recuperar la “soberanía alimentaria” mediante subsidios tanto a los trabajadores del campo como a los precios de garantía – con el fin de aumentarlos – dando a su vez otro subsidio a los productores con el fin de no involucrarlos en la escalada de precios. (Con los otros dos programas mencionados se hacía básicamente lo mismo: Estímulos estatales que terminaron por fracasar)
¿Les suenan estas “propuestas”? Seguramente sí, por lo menos en el nombre, el método o el fin.
Para López Obrador, esa mina de oro capaz de sustentar todas sus políticas asistencialistas es el “ahorro” surgido por las prácticas honestas de sus funcionarios, mismos que, inspirados por su ejemplo, no cometerían los desfalcos que hoy cuestan al país más de 500 mil millones de pesos – Es necesario aclarar que no existe un solo estudio que respalda dichos cálculos o estimaciones. –
Vale la pena puntualizar, entonces, el terrible símil que busco destacar: López Portillo y López Obrador son estructuralmente idénticos, ambos con visiones paternalistas financiadas por un solo activo, sea petróleo o sea la “eliminación de la corrupción”, sin ese activo, preponderante enteramente, no hay ningún plan B, no hay nada más que un sector de la población para señalar como culpables en caso de fracaso, sean los banqueros “sacadólares” – En el caso de Portillo – o los empresarios miembros de la “Mafia del Poder” – Para Obrador, claro está. –
Es decir, para ser claros y concisos, en ambas maneras de concebir un país, ha imperado una irresponsabilidad financiera en la planeación de su estructura económica, así como una apuesta irresponsable por la internalización de nuestras posibilidades a costa de nosotros mismos. ¿Ha pensado usted qué pasaría si esos 500 mil millones no aparecen? ¿Cómo se va a sostener un proyecto que busca subir salarios, aumentar asistencialismos e incrementar sustancialmente el número de programas públicos? ¿Y qué pasa si sus colaboradores no se contagian de esa buena vibra y terminan “robando más”? A eso me refiero, justamente, a la necia apuesta por un esperanzador ingreso.
López Portillo nos demostró, encarecidamente, que sostener una economía basada en el aislamiento y la dependencia de un solo ingreso, por muy “seguro” que este sea, no es una buena idea, vamos, ni siquiera debería de estar a discusión el fracaso de una política que trajo crisis, devaluaciones y nacionalizaciones consigo.
López Obrador nos demuestra, hoy, que sí hay quien quiere de vuelta esas épocas de hambre, patria y soberbia, que todavía hay quien está dispuesto a defender los errores del pasado como si de perros se tratasen.
Si bien es cierto que los tiempos son distintos, que las coyunturas han cambiado – aunque el lastre de la deuda sigue estando muy presente, pese al tiempo transcurrido – y muchas cosas han pasado desde esos lejanos días, también es cierto y válido el recordar que esperar resultados distintos con esencialmente los mismos procedimientos es, cuando menos, una vil ingenuidad.