P.D. A 40 AÑOS EL REY ORO NO HA MUERTO,¡VIVA EL REY!

Este 15 de agosto de 2011, se cumple un aniversario más de aquella fatídica fecha en que, por decreto del presidente norteamericano Richard Nixon, se abandonó lo que quedaba del patrón oro. Ese acontecimiento marcó, de hecho, el primer “default” (incumplimiento de pago) de Estados Unidos, al que sin embargo solo después de cuatro décadas la calificadora Standard & Poor’s se atrevió a degradar de la nota más alta (AAA).
Grosso modo, el estándar vigente hasta entonces implicaba que el billete verde era tan bueno como el metal áureo: para obtener una onza, bastaban 35 billetes verdes a una tasa de cambio fija, a la que se sujetarían todas las demás monedas. No obstante, esta relación implicaba un límite a la creación de dinero de papel, pues para emitirlo debía estar amparado antes por su equivalente en metal, cuya disponibilidad desde luego, es limitada.

Los déficits de las cuentas estadounidenses con el exterior (por comprar mucho más de lo que vendían al mundo) acumulados por varios años, les significaron ver cómo rápidamente sus arcas comenzaron a vaciarse, pues países como Francia demandaron se les entregara el oro que les correspondía por los dólares que poseían. Sin la orden de Nixon, pronto se hubiesen quedado sin un gramo de oro. En otras palabras, no podían pagar, estaban quebrados.
Lo que es cierto, es que esa decisión les permitió vivir la época de mayor expansión económica de su historia, pues por su posición hegemónica el planeta entero asumió de facto, un patrón dólar. Gracias a él, podrían vivir más allá de sus propios medios con solo imprimir dinero, por supuesto, mientras todas las demás naciones estuvieran dispuestas a aceptar sus billetes.
Para hacer una analogía, es como si a cualquiera de nosotros se nos permitiera pagar cualquier cosa con billetes del “Monopoly” (“Turista” en México), y cuando se nos acabaran pudiéramos sacarles copias fotostáticas desde la comodidad de nuestro hogar, para seguir la fiesta y el derroche. Un absurdo total.
El problema fundamental de este nuevo sistema, vigente hasta hoy, es que se sostiene en algo que, por definición, no puede crecer al infinito: el endeudamiento. Tarde o temprano, todas las cuentas se tienen que pagar, de un modo o de otro; por la buena o por la mala. Cada billete ya no está respaldado por oro, ni por la supuesta capacidad de pago del emisor, nada más por su promesa de hacerlo, por mera deuda.
Por este motivo, el dólar ya no es lo que alguna vez fue. Su posición como divisa internacional de reserva, se debilita cada minuto, pues ya no estamos todos tan dispuestos a aceptar una la moneda de una nación que, como en 1971, está en quiebra. Grave error, por tanto, es la soberbia que se demuestra en palabras como estas, pronunciadas por Obama: “Los mercados bajan y suben. No importa lo que diga una agencia de calificación. Estados Unidos es y siempre será un país  triple A”. O peor todavía, las de Ben Bernanke, presidente de su banco central (Fed), que con desprecio ha dicho que el oro “no es dinero”. Ese mismo desdén, fue con que Nixon humilló en su momento al oro, al rebajarlo de su calidad de ser el dinero por excelencia, a una simple “materia prima”.
Muy a su pesar, en 2011 el metal amarillo sigue cobrando fuerza y, 40 años después, ridiculiza al dólar. Si entonces bastaban 35 unidades de aquél para valer igual que 31.1 gramos de oro (una onza), ahora han llegado a necesitarse más de 1,800, evidencia irrefutable de que toda divisa de papel eventualmente regresa a su valor original…cero. ¿Podrá solucionarse una enfermedad estructural como esta, combatirse con más impresión de dinero como ahora no sólo lo ha hecho la Fed, sino el Banco Central Europeo, el japonés, el suizo, etc.? ¿Puede más alcohol curar al alcohólico?
Una cosa es cierta, la historia muestra que todos los experimentos de este tipo, han tenido desenlaces terribles; el dinero de papel siempre termina autodestruyéndose y su emisor arruinado. Así que para los que quisieran ver al monarca de los metales desaparecer de la faz de la Tierra, el mensaje es claro: el Rey no ha muerto, y muy pronto reclamará su lugar en el sistema monetario global ¡que viva el rey!