La paradoja de los bancos centrales y la nueva crisis

A lo largo del siglo pasado y lo que va de este, los bancos centrales han jugado un papel crucial en el (des)control de la inflación y, por ende, en las economías de sus países. A estas instituciones se les confirió una misión tan particular como paradójica: preservar el poder adquisitivo del dinero y, para ello, recurren a una de sus herramientas de política monetaria: el ajuste (manipulación) de las tasas de interés.
Estos bancos centrales tienen una gran influencia en los mercados porque, dice la teoría, pueden regular el costo del dinero prestado y, de esa manera, contener la inflación. El razonamiento es que si esta sube, un aumento a la tasa de referencia inhibiría la demanda y los precios bajarán o perderán presión al alza. Si se quiere estimular la economía, bajan las tasas para que las empresas y las personas tomen créditos más baratos y se “impulse” el crecimiento.
Economistas críticos, como los de la Escuela Austríaca, cuestionamos severamente la manipulación que hacen los bancos centrales del más importante de los precios (la tasa de interés), pues el mercado por sí mismo tiene la capacidad de ajustarse según aumente o disminuya la oferta de ahorro, piedra angular del crédito. Manipular cualquier mercado tiene efectos negativos, y el más importante de ellos, tiene peores consecuencias de las que se pretende evitar.
El punto aquí es que bajo la lógica intervencionista con la que se maneja, la Reserva Federal (Fed) de Estados Unidos, el banco central más influyente del mundo, actuó tras el estallido de la crisis financiera de 2008 y que trajo la Gran Recesión. La Fed deprimió las tasas de interés a niveles de cero por casi diez años (las más bajas de la historia) y, además, lanzó tres rondas de flexibilización cuantitativa (QE, por sus siglas en inglés) para inyectar liquidez al mercado.
No obstante, diez años después vemos que el mundo se acerca a otra desaceleración, en el mejor de los casos, y a una recesión en el peor. Y estamos en esta situación precisamente por las políticas de los bancos centrales.
¿Cómo llegamos a esto? Desde hace casi un siglo, economistas y bancos centrales han ignorado una paradoja que demuestra que la política monetaria tiene una influencia mucho menor de lo que se cree en las tasas de interés y en los precios y, por el contrario, distorsiona los mercados.
Alasdair Macleod, jefe de investigación para GoldMoney, desmonta en un estupendo artículo el gran mito sobre los bancos centrales y su política para administrar el costo del dinero. “Si la demanda de dinero y crédito puede ser regulada por las tasas de interés, entonces debería existir una correlación negativa precisamente entre las tasas de interés oficiales y la cantidad de dinero y crédito disponible.”
Macleod demuestra precisamente en la siguiente gráfica que no existe una correlación, pues la oferta monetaria (M3) en Estados Unidos siempre aumentó sin importar los movimientos en las tasas de interés de la Fed.

La eficacia de la política monetaria fue refutada en la primera mitad del Siglo XX por el economista británico Alfred Herbert Gibson, quien encontró que hay una correlación positiva entre las tasas de interés y el alza de los precios generales. Este hallazgo, que fue llamado “la Paradoja de Gibson”, contradice la creencia de que los bancos centrales pueden regular la demanda de crédito.
No obstante, la mayoría de los economistas ignoraron esta gran contradicción. Se le restó importancia a la Paradoja de Gibson después de que se abandonó el acuerdo de Bretton Woods y los bancos centrales expandieron la oferta monetaria.




Alasdair Macleod explica que el gran error está en ignorar varios factores. No se pueden entender los intereses solamente como un “alquiler” del dinero, sino como el resultado de múltiples variables. Existe un elemento que representa una prima de riesgo, según la solvencia crediticia del prestatario, el riesgo empresarial y el propósito para el cual se otorga el préstamo.
También hay una tasa subyacente generalmente acordada que en una economía de mercado refleja la preferencia temporal, un elemento humano y subjetivo que suele pasarse por alto. Todos sabemos que el tiempo es un recurso finito y, por lo tanto, tiene valor. Muchas decisiones de compra las basamos en que, si lo queremos o necesitamos ahora, o podemos posponer esa adquisición.
Cuando se va a pedir crédito por cualquier razón, la pérdida de disponibilidad de dinero para gastos inmediatos se expresa en una tasa de interés anualizada.
“De esta manera, las variaciones de la preferencia temporal en las opiniones y juicios de los consumidores en toda la gama de bienes y servicios encuentran su expresión en una tasa de interés básica u originaria sobre el dinero”, argumenta Macleod.
Aunque los ajustes de tasas no tienen los efectos deseados, sí provocan distorsiones en el mercado e impulsan las malas decisiones. Si los tipos de interés están deprimidos por debajo de las determinadas colectivamente por los consumidores, con el paso de tiempo provocan inflación, burbujas y sus posteriores caídas. Expanden el crédito al consumo en detrimento del ahorro y las empresas usan el dinero barato en otros objetivos, pero no en mejorar su producción o entregar satisfacción al consumidor.
El autor del artículo resalta que las políticas de tasas de los bancos centrales pusieron las semillas de la próxima crisis y las señales de alarma surgen cuando las tasas suben, como hizo la Fed durante 2018.




“Los bancos se dan cuenta del aumento asociado del riesgo en préstamos y restringen sus líneas de crédito e instalaciones de capital de trabajo a aquellas empresas que consideran vulnerables, generalmente las medianas y pequeñas empresas que constituyen el 80% de la economía”, dice Macleod.
Y la situación ahora es que la Fed pospuso su plan de seguir aumentando las tasas después de oír los “gritos de dolor” de las bolsas de valores. En su comunicado más reciente, el banco central dijo que será “paciente” ante los últimos acontecimientos económicos y financieros mundiales. En otras palabras, están cruzando los dedos para que las cosas no se pongan peor.
Lamentablemente una nueva recesión global es cuestión de tiempo, y lejos de dejar que el mercado corrija los errores y desbalances, la Fed de nuevo volverá a aplicar la única receta que se sabe y que no soluciona nada de fondo: bajas las tasas, inyectar dinero, una y otra vez, hasta que el público repudie al dólar. Esa será la última, la madre de todas las crisis.
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